¿Es el momento para un “Green New Deal”?

La crisis que comenzamos a atravesar a causa de la pandemia del coronavirus exigirá un esfuerzo monumental de parte de los estados y de la población para recuperar los empleos perdidos y el funcionamiento de la economía. Es oportuno proyectar una salida virtuosa en donde la recuperación signifique un salto de calidad para la economía, la sociedad y el planeta.

Por Juan Carlos Villalonga

La crisis global generada por la aparición del virus COVID-19 seguramente significará un antes y un después a escala global. Todos los países están siendo impactados por su aparición y, cada uno a su modo, se ven obligados a tomar medidas que repercutirán fuertemente en sus economías. Todo indica que el freno en la economía global será inédito. Todos las previsiones y metas económicas para los próximos años están siendo revisadas a la baja.

“Esta pandemia no solo se está cobrando vidas; es probable que su impacto en las economías y en las condiciones de vida se prolongue más allá de la etapa de emergencia sanitaria” señala prudentemente el Banco Mundial. Los organismos financieros internacionales toman nota que, al igual que durante la crisis financiera mundial de 2008, habrá que poner en marcha un programa de rescate y de ayuda para abordar esta crisis global. Las dificultades por las que atravesará el sector privado ocasionará una brutal caída en el empleo. Esta situación tendrá su mayor crudeza en los países en desarrollo.

En “Coronavirus: The world economy at risk”, un reciente informe preliminar sobre la situación económica global realizado por la OCDE, prevé que el crecimiento de la economía global rondará en 2,4%, por debajo del 2,7% originalmente previsto. Dependiendo de la evolución de la pandemia, ese valor puede caer al 1,5%. En Argentina, con una economía previamente en recesión y de muy mal pronóstico, el COVID-19 hace prever un deterioro que nos coloca en un escenario que se puede asociar al vivido durante la crisis de 2001.

Una pandemia como ésta también dejará secuelas diversas en la sociedad, nuevas conductas, nuevos miedos, nuevas regulaciones y, muy probablemente, un rediseño institucional y político. Nada está definido aún, pero debemos estar atentos. Sobre este punto, Yuval Noah Harari escribió en su nota “El mundo después del Coronavirus” que la humanidad ahora se enfrenta a una crisis global. Quizás la mayor crisis de nuestra generación. Las decisiones que las personas y los gobiernos tomen en las próximas semanas probablemente darán forma al mundo en los próximos años. Darán forma no solo a nuestros sistemas de salud, sino también a nuestra economía, política y cultura”

¿Qué nos enseña el pasado reciente?

En este sorpresivo y novedoso contexto global, debemos ser conscientes de que no tenemos margen para relegar la emergencia climática o posponerla en la agenda. En tal sentido, mucha gente se ha preguntado por estos días cuál será el impacto de la crisis desatada por el COVID-19 en relación al cambio climático. Nadie lo sabe, pero los antecedentes, a priori, no son buenos. Repasemos lo sucedido durante la crisis económica global de 2008 en relación a la política climática.

Durante el año 2007 tuvimos un momento de gran dinamismo en las negociaciones climáticas internacionales. Creíamos que estábamos en la recta final hacia la adopción de lo que sería la continuidad del Protocolo de Kyoto (PK), un paso trascendente que debía darse dado que finalizaba el período de compromiso del mismo. Sus metas de reducción de emisiones debían cumplirse durante el quinquenio 2008-2012 y había que estructurar cómo seguiría ese acuerdo, el que había sido adoptado en 1997.

Es importante recordar que ese primer período del PK tuvo metas de reducción de emisiones más que modestas, y sólo involucraba a los países industrializados. A ese limitado alcance hay que sumar, por ejemplo, que Estados Unidos nunca adhirió al mismo. En ese contexto era de vital importancia el diseño de un nuevo instrumento que garantizara continuidad del régimen, elevara las metas de reducción de emisiones y sumara más países dentro del mismo.  

Un reflejo de ese clima de época es que ese año se le otorga el Premio Nobel de la Paz al IPCC, el organismo que sirve de soporte científico a la Convención Climática, todo un respaldo a la ciencia climática. Compartió el IPCC ese galardón con Al Gore, quien por ese entonces tenía un notable rol como divulgador del Cambio Climático, era entonces el gran éxito de su libro y documental titulado “Una verdad incómoda”. Al Gore representaba la renovada agenda política de los Demócratas en Estados Unidos, lo que desembocaría en el triunfo de Barack Obama en las elecciones de 2009. Esos premios representan bien ese clima de época, el cambio climático había ganado una posición destacada en la agenda global.

Durante 2007 también tuvo un enorme impacto en el mundo de las finanzas y la política internacional al conocerse el llamado “Informe Stern”, un análisis económico global que mostraba que el costo económico de actuar precautoriamente ante el cambio climático era mucho menor que el costo a pagar por las consecuencias del mismo. El autor, Sir Nicholas Stern, había recibido el encargo del gobierno del Reino Unido para realizar una evaluación del impacto del cambio climático para la economía global. Según dicho informe, enfrentar el cambio climático demandaría entre el 1% y el 2% del PBI global, en cambio, las consecuencias de no actuar implicarían la pérdida del 5% al 20% del PBI mundial.[1]

Sin embargo un “cisne negro” cambió abruptamente la conversación global. La crisis de las hipotecas subprime en Estados Unidos a fines de 2007 generó una crisis financiera y económica que contagió a todo el mundo. La crisis cambió radicalmente la agenda económica de todos los gobiernos. Salvar las economías, a como fuere, pasó a ser la prioridad por entonces.

Por supuesto, la agenda climática se fue opacando y las negociaciones climáticas se estancaron y perdieron relevancia ante los gobiernos y el público en general. Así es como se llega en una atmósfera enrarecida a la reunión clave de Copenhage (COP15) a finales de 2009, la que resultó en un fracaso absoluto. Obviamente, no tuvimos nuevo instrumento que suplante al moribundo PK y llevaría años para recobrar el impulso.

Nueva crisis, nueva oportunidad.

¿Será el COVID-19 el nuevo cisne negro? Veamos similitudes y diferencias. Esta epidemia ya está significando un freno descomunal en la economía global y ha cambiado la agenda financiera y política para el corto y mediano plazo. Esto puede distraer absolutamente la atención en un momento crucial de las negociaciones climáticas. En la ahora incierta reunión de Glasgow este año (COP26) debería ponerse en pleno funcionamiento el Acuerdo de París y alcanzarse un compromiso generalizado de reducción de emisiones que esté en concordancia con el objetivo climático de ese Acuerdo.

Luego del impulso alcanzado con el Acuerdo de París (2015), el escenario global se mostraba altamente sensibilizado sobre el cambio climático, lo que permitía ser moderadamente optimistas. Ahora, al igual a lo sucedido en 2008, el nuevo contexto que impone la pandemia del COVID-19, muy probablemente, pulverizará el impulso existente hasta hace semanas.

Se han hecho muchas especulaciones por estas semanas sobre el impacto del Coronavirus y el cambio climático. He leído algunas expresiones que, cándidamente, toman como buena noticia que las emisiones hoy estén decayendo. Es cierto, caen, pero de la peor manera, por la destrucción de la economía, pérdida masiva de empleos y una parálisis que dejará sin sustento a vastos sectores de la sociedad. Es una verdadera tontería mirar ese parámetro como un aspecto “positivo” de lo que está ocurriendo. Obviamente, las emisiones también cayeron, temporariamente, durante la anterior crisis de 2008 y 2009. Luego recuperaron el ímpetu con la recuperación económica.

Hay diferencias importantes también. A diferencia de cuando ocurrió la crisis de 2007, hoy tenemos muchas más evidencias del cambio climático y la ciencia ha dado en los últimos años alertas muy preocupantes. También, de la mano de la movilización de los jóvenes en todo el mundo, la sociedad civil ha recuperado un impulso que se había perdido.

Nueva oportunidad para el Green New Deal

La crisis desatada por el COVID-19 es una pésima noticia para un mundo que tiene que afrontar la urgente y difícil tarea de comenzar a reducir las emisiones globales de manera drástica. Hoy la agenda climática tendrá que ser diseñada de modo tal que contemple la emergencia social y económica que ya comienza a impactar en nuestros países.

Durante los años de la crisis económica de 2008 y 2009, el movimiento climático acuñó el concepto “New Green Deal” como respuesta oportuna y virtuosa a la emergencia económica y climática. Ese acuerdo o plan de recuperación, propone que los mega planes de asistencia e inyección de recursos con destino a volver a dinamizar la economía tengan un enfoque central en la sostenibilidad. El sector público tendrá un rol clave y estratégico al definir los criterios de asignación de dichos recursos. Veremos desde ahora y en los próximos años, al sector público en la misión de rescate de sectores económicos deprimidos y como acelerador de la recuperación. El New Green Deal debe ser un programa de recuperación en base a un “desarrollismo” verde que cambie el rumbo de la economía global. [2]

Esta iniciativa hace referencia al histórico “New Deal” lanzado por el presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt en 1933, para hacer frente a la crisis durante la Gran Depresión. Se trató de un conjunto de medidas de inversión, intervención y planificación de la economía por parte del estado a corto y largo plazo. En definitiva, un cambio radical del enfoque de la economía y de la organización de la sociedad para enfrentarse a una situación de emergencia.

El Green New Deal fue originalmente lanzado por los Think Tanks vinculados al Partido Demócrata de Estados Unidos, diversas iniciativas de Partidos Verdes europeos y una propuesta llamada Global Green New Deal lanzada por Naciones Unidas en 2009. Todos proponían un paquete de medidas para revitalizar la economía en base a sectores que aceleran la transición energética y la descarbonización de la economía, una reforma fiscal cuyos principios esenciales sean la creación de empleo y la protección ambiental, nuevas medidas para reducir la existencia de activos financieros especulativos e improductivos, un plan de estímulo a la mejora de la infraestructura de transporte, energética, comunicaciones y vivienda.

Si bien no sucedió mucho en aquel momento, hoy estamos en la misma encrucijada nuevamente, aunque más urgidos y con una crisis mayor. Un programa como el planteado en el Green New Deal es más necesario que nunca. Recientemente un paquete de medidas llamado de ese modo fue adoptado por la Unión Europea. Otro punto a favor, hoy tenemos al sector corporativo y el mundo de los negocios mucho más amigable con esta agenda que en 2008. ¿Lo estará la política? Lo veremos en los próximos meses. La disyuntiva es pretender salir de la crisis en la misma dirección que siempre, lo que agravará la crisis climática, o dar un salto conceptual que nos coloque en otra senda.

Durante los próximos meses veremos cómo los gobiernos y organismos multilaterales comienzan a diseñar programas “heterodoxos” de recuperación económica. Es una gran oportunidad para que la recuperación sea diseñada en base a los principios de la sustentabilidad, una economía baja en carbono, eficiente en el uso de los recursos naturales y socialmente inclusiva. 

Nuestro país tiene por delante un panorama nada sencillo, una economía paralizada, sin expectativas de recuperación y que genera escasa confianza. Es entonces cuando un “nuevo acuerdo” para el desarrollo puede aprovechar la  coyuntura para renovar expectativas y convocar a un esfuerzo económico y social pensado para desarrollarse a lo largo de esta década y sentar las bases para transitar de manera sostenible este siglo. Es momento para un acuerdo de esta magnitud, un programa verde de recuperación económica. Hacer de esta crisis una oportunidad depende de nosotros.


[1] “Stern Review on the Economics of Climate Change” se publicó en octubre de 2006.

[2] En verdad, la expresión “Green New Deal” fue acuñada por el periodista Thomas Friedman en un artículo publicado en The New York Times el 19/1/2007 titulado “A Warning From the Garden”.

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2 Comentarios

  • Querido Juan Carlos, es interesante el debate y la oportunidad de la que tanto se está escribiendo en estos días. Finalmente todo señala que el cambio llegó.

    Sin embargo, me temo también que somos las mismas personas escribiendo las mismas cosas, observando oportunidades, que sólo vemos nosotros. No percibo a los referentes políticos expresarse en este sentido… ojalá me equivoque pero la oportunidad puede ser otra nueva excusa para arrasar más y profundizar el viejo modelo para salir del pozo.

    Cuál es la idea para que realmente esta oportunidad se vuelva un cambio concreto?

    Carlos Tanides 1 abril, 2020
    • Gracias Carlos por tu comentario. Es cierto todo lo que decís. Estoy convocando a armar una alianza para que justamente, la pos-crisis o la salida de la crisis, no nos lleve puestos definitivamente. Te mantengo al tanto.
      Cali

      Juan Carlos Villalonga 1 abril, 2020

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