Olavarria, sin sorpresas, lamentablemente.

Acerca de los tristes hechos ocurridos en Olavarría en torno al concierto del pasado sábado del Indio Solari existen múltiples lecturas y puntos desde donde abordarlo. Sin duda que habrá cuestiones que investigar y criticar en torno al comportamiento de las autoridades, de la productora del espectáculo, del músico y su banda y del propio público. Todos tópicos necesarios de analizar y dilucidar responsabilidades. Dicho esto, quiero focalizarme en hacer algún comentario sobre lo que subyace en estos episodios, como muchos otros que han ocurrido en espectáculos de características similares.

Acá ha ocurrido mucho más que dos muertos. Hay múltiples heridos y lastimados. Por ejemplo, un pibe con triple fractura en su pierna por ser aplastado por  la muchedumbre, un par en terapia intensiva, accidentados en la ruta, vandalismo en Olavarría, heridos de arma blanca y un largo etcétera.

Desde hace más de 30 años se viene produciendo una degradación constante en la conducta del público en torno al denominado “rock nacional”. Las primeras expresiones las pude ver apenas se produjo el retorno a la democracia con la fragmentación del público en las famosas “tribus” y la cultura del “aguante”. Estas tribus incorporan la cultura violenta y destructiva de las barras bravas futboleras. Eso era un fenómeno novedoso para mí. Nunca antes había visto peleas entre grupos antagónicos que respondían a algo así como distintos “gustos” musicales.

Esas “peleas”, violentas, descontroladas, buscando lastimar, romper, quemar banderas, fueron cada vez más frecuentes. Por más que algunos critiquen a la prensa amarilla, a la policía o al sistema político, la aparición de cadenas, palos y cuchillos comenzaron a ser parte de la realidad. Los festivales claramente se habían convertido en territorios peligrosos, aún para los músicos!

Aquí emergen dos actitudes que marcan profundamente este periodo: por un lado, la amenaza o agresión a los propios músicos que no son de satisfacción de un público cada vez más exaltado. Por otro lado, también esa alteración y exaltación generalizada comienza a irradiarse hacia las calles, más allá de las salas de conciertos.

Las taras del público futbolero se instala en el público de rock. Alguien, seguro va a decir, “no son todos así”, es cierto. Al fútbol también va gente pacífica. Pero que convalida en silencio a los barras bravas y se acopla a  sus cantos de violencia y discriminación. No están solos los violentos. Saben que se les teme y de ahí su poder.

Durante los 80/90 emergen el “rock barrial”, el “rock chabón”, expresiones perfectamente  adaptadas a ese nuevo clima. Festejan que “su” público sea partícipe activo de los shows con sus pogos, bengalas, banderas y demás amenities. El coctel explosivo está servido y comienza a detonar progresivamente.

La seguidilla de muertos, heridos y actos de violencia son innumerables. Así, inexorablemente llegamos a diciembre de 2004 con la tragedia de Cromañón, 192 muertos y muchísima gente lastimada. Nada que pudiera sorprender a quienes eran parte del show del “rock” vernáculo. Pero seguimos igual, la bola está echada y el negocio de los nuevos ídolos es la demagogia, festejar el exceso alcohólico y perdonar absolutamente todo, porque el público ahora es el protagonista. Un protagonista de actos de dudosas cualidades estéticas como hacer “el pogo más grande” o invadir una localidad y dejar terreno devastado y mugriento, con una población local atemorizada. Todo esto es puro comportamiento reaccionario.

Mientras haya músicos que consideren que ese es el mejor público posible, mientras los  ídolos pregonen consignas demagógicas y sin sentido, mientras alienten a su público a odiar a la “yuta”, la misma a la cual ellos coimean o a la que recurren y piden protección para sus propios bienes y lujos; mientras el público no se retire prudentemente de todos aquellos lugares donde el rock muestra desprecio por la vida, todo esto seguirá.

Siempre existieron conductas autodestructivas, ya sea por alcohol o el consumo de determinadas sustancias. Conductas bastante frecuentes dentro del mundo de las artes. Pero tales conductas solían tener sólo un efecto negativo en el ámbito personal. Hoy estamos ante un nuevo fenómeno, gente que se autodestruye, arrastra a su familia (llevando hijos a sitios como Cromañon) y genera situaciones de riesgo en quienes los rodean. Un estado de violencia y de degradación muy superior al “reviente” personal. Apuestan al “reviente” masivo, donde no vale la vida de nadie. Esto es lo que uno puede ver en gran parte del público que peregrinan a estas “misas”. ¿Qué hacemos ante esto?

No voy a entrar ahora en el terreno de las políticas sociales, económicas y de ayuda humanitaria que son necesarias. Sólo quiero señalar que si los músicos, los que en definitiva convocan a este público, no irradian un mensaje, una actitud y un comportamiento menos cínico, más compasivo y  de mayor respeto por “su” público, estamos en una situación difícil.

Alguien dirá, “el artista no está para bajar línea ni para suplir al Estado”. Bien, entonces que no lo hagan en ningún caso. Que no bajen línea alguna ni pretendan hacerse cargo de la seguridad que naturalmente debe hacerse cargo el Estado, por ejemplo a través de la policía y las normas existentes. Que no tomen atajos que sólo los benefician a ellos y no alimenten un relato equivocado y vidrioso para sus “desangelados”. No los usen.

Cali

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7 Comentarios

  • Admiro tu capacidad de análisis desde hace años, Cali. Me preocupa —aunque no sorprende, por el espacio que ocupás— que la responsabilidad la pongas principalmente en el público. En “ese” público, además. Coherente con una idea de democracia para algunos que el partido gobernante al que representás está materializando en los hechos. Sé de tu pragmatismo y siempre lo celebré. A veces, siento, se va innecesariamente la mano con la reverencia y miramos al piso, o al ombligo, más tiempo que lo recomendado.

    Te hago llegar la columna que me publicó hoy Página/12, haciendo referencia a comparaciones vacías y sin sustento.
    https://www.pagina12.com.ar/25761-habladurias-de-ricota

    Un abrazo.
    Mauro

    Mauro Fernández 15 marzo, 2017
    • Mauro,

      Primero que nada, agradezco tu valoración y por el comentario que realizás sobre mi nota.

      En relación a su contenido, si la lees atentamente, verás que en ningún momento responsabilizo o culpabilizo a “ese” público, como decís. Sobre Olavarría me abstengo de dirimir responsabilidades, precisamente porque, tal como lo expresé en el título de la nota, lo considero un hecho para nada sorprendente y en el que subyacen cuestiones más profundas que las particularidades de este caso. Más bien, lo que hago en la nota es una descripción de lo que he observado a lo largo de los últimos 30 años en relación a este tipo de shows.

      Hago una descripción de un cambio sustancial en el comportamiento del público de rock que se produce a partir de los 80 y que no ha dejado de intensificarse en su auto-destructividad y poca compasión hacia los demás. No culpabilizo al público, ni a “ese” ni a ningún otro. Más bien, cuando esbozo una crítica, pongo énfasis en aquellos que podrían inducir y alentar otras conductas. Esa responsabilidad le cabe a músicos, productores, periodistas y, también, a una parte del público que debería, a esta altura de la historia, tener un cachito de madurez.

      No voy a repetir lo que dice la nota, quiero graficarte con algunos episodios lo que allí puse.

      Durante el Festival de La Falda (Córdoba) en el post-Malvinas y el estreno de la democracia vi una imagen que no puedo olvidar: Raúl Porchetto cantando “algo de paz” mientras en el público las botellas volaban de un lado a otro en una contienda entre grupos. Inolvidable. Por las noches, las calles de La Falda eran un tendal de pibes alcoholizados, cagados de frío y vomitados. Nada bueno me pareció todo eso. Los “redondos” no habían grabado aún “Gulp!”, su primer disco de estudio. Así que te darás cuenta, no hablo de los “ricoteros” en particular. Por supuesto, el Festival de La Falda se dejó de hacer al poco tiempo.

      Otra imagen de esa época (1985) es la foto de Miguel Abuelo con la cara sangrando por un monedazo arrojado por el público en la cancha de Vélez. Esa agresión me hizo sentir vergüenza ajena, yo era hasta ese momento “público de rock”.

      Por aburrimiento musical y otro tanto por ese nuevo clima de época, deje de ser público de rock, definitivamente. A pesar de eso, cuando los Redondos empezaron a salir fuera del circuito porteño, y llegan a Rosario, quise ir a verlos. Sería alrededor de 1988, Club Sportivo América. Lo que vi ahí dentro y la atmósfera de descontrol hizo que me alejara, junto a mi pareja, primero, hacia el fondo del gimnasio, literalmente “con el culo en la pared”. Cuando no aguantamos más, nos fuimos y nunca más volví.

      Valgan estas postales para ilustrar la que señalo en la nota.

      Te pido disculpas, pero decir que pienso lo que pienso dado el espacio político en el que participo, es una tontería y subestima mi integridad moral. Pienso de esta forma, te darás cuenta por mi relato, mucho antes de que Mauricio Macri decidiera dedicarse a la política, antes de que exista el PRO, la Coalición Cívica, La Cámpora y que muchos dirigentes de la política actual siquiera hayan superado la etapa de la niñez.

      Quisiera de paso, contextualizar lo que describo con algunas otras postales. Cuando sucedían los hechos que relaté anteriormente, Raúl Alfonsín realizaba la proeza de activar el “Nunca Más” y el Juicio a las Juntas Militares, mientras tanto, el peronismo-PJ se rehusaba a ser parte de ese proceso, demasiado comprometido aún con su pacto con la saliente dictadura; Al mismo tiempo, el peronismo-CGT se encargaba de acosar y demoler al gobierno de Raúl Alfonsín a fuerza de la seguidilla más escandalosa de paros que se haya visto; También por esos días, el peronismo-carapintada acosaba con violencia y golpes institucionales tratando de arrancarle a la democracia garantías de impunidad para los militares y el peronismo-K comenzaba su raid delictivo en la intendencia de Río Gallegos.

      Cali

      Juan Carlos Villalonga 21 marzo, 2017
  • Cali, ante todo, te agradezco el tiempo dedicado a responder mi comentario. Insisto en decir, con tanta atención como luego de una primera lectura, que responsabilizás al público —sí, a ese, el de rock, el desangelado, o como lo quieras llamar— en un problema mucho más complejo donde las principales responsabilidades están en otra parte. Un artículo de doce párrafos en el que diez (quitando la introducción y contextualización) giran en torno a los asistentes y su comportamiento —la “degradación en la conducta del público”, como hipótesis principal en el tercer párrafo—, da sustento a lo que remarco. Los tres ejemplos, clarísimos, de tu respuesta, van en la misma dirección. También me apenan y alejan de ciertos espacios. Pero no mueven el eje de tu reflexión.

    Me parece interesante el análisis sobre cómo abordar ese fenómeno. Las masas no son algo fácil de entender o clasificar. Lo leo con atención cuando escribe Alabarces, o si en algún programa especializado se habla al respecto. Ahora bien; que un representante de la fuerza política responsable de organizar toda la logística alrededor del show, de habilitarlo, de brindar seguridad a los asistentes, entre otras cosas, ponga el foco ahí, me trae al recuerdo a los ibarristas de dos mil cuatro que culpan al bengalero de ocasión. No comparo directamente porque, a pesar del esfuerzo de los medios dominantes, Olavarría no fue Cromañón. Pero la conducta del poder se replica y me alarma. Desde ahí hablo. Hay cosas más importantes en las que me interesa hacer contrapunto. Pero esta me toca personalmente, por eso me importa hacerte llegar mi opinión.

    En cuanto a tu integridad moral, te pido disculpas si la sentiste atacada. En ningún momento expresé que dijeras lo que pensás por el espacio que hoy ocupás. Sí que no te imaginé —solo por viejos y gastados recuerdos— mirando a otro lado cuando hay un Estado responsable que no hace los deberes y grupos empresarios que se lavan las manos. Justamente, ocupes el espacio que ocupes. Sería tanta mi sorpresa como si no cuestionaras una nula política ambiental (a tono con el gobierno anterior), alguna vulneración de la Ley de Bosques, el avance del plan nuclear o el milagro de Vaca Muerta. Y entiendo que, de algún modo pragmático y complejo, lo hacés.

    Un abrazo, Cali.
    Mauro

    Mauro Fernández 27 marzo, 2017
    • Mauro,

      quizás no he sido claro, pero cuando describo el comportamiento del público, estoy describiendo hechos y sucesos que he visto y es posible constatar que han sucedido. Esa descripción no explica, y lo digo desde el arranque, el origen del problema. Si el público actúa de determinada manera porque falló la familia, la iglesia, el Estado o el capitalismo, no lo sé. Eso es materia para otra discusión.

      Describo hechos que tienen un recorrido violento y de degradación. También describo que ante ese proceso, son pocos los que tiene la valentía de decir: “por ahí no, nene”. Decirlo, es salirse de la demagogia. Pero la intemperie a la que te expone el no hacer demagogia, es muy dura. No son muchos los que se animan.

      Juan Carlos Villalonga 13 abril, 2017
  • Gracias, Cali. Es difícil salir de la demagogia, sí. Creo entonces muy poco oportuno hacer un análisis pseudo-sociológico —si es que ese fue el sentido de la observación— cuando hay víctimas de un problema político de un Estado que no cuida a la gente (por acción o por omisión), sea en el rock, en una fiesta electrónica, en las protestas callejeras o en los barrios de emergencia. En fin, te mando un abrazo.

    Ps: En otro orden de cosas, me alegra que hayas llevado los escenarios al Congreso y a contar con el apoyo de la PNUMA y GLOBE.

    Mauro Fernández 17 abril, 2017
  • Como te va ubiese sido lindo que antes el crédito de las fotos, ya que una es mía y la usaste como si nada, se cita el crédito

    Alejandro 7 agosto, 2018

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